Durante las últimas semanas he ido publicando en el blog una serie de comentarios sobre los libros que este año tendrán que leer Paula y Celia en el colegio (El negocio de papá, Abdel, 3333, La historia de Iqbal, El secreto del huevo azul y Medianoche en la luna). Unas elecciones de libros que me han gustado bastante y me han parecido además bien hechas, pero que, a mi entender, parten de un planteamiento erróneo que ahora intentaré justificar.
Aunque pueda llamar la atención este artículo va escrito más como profesor de matemáticas que como padre. Uno de los mayores problemas, sino el mayor de todos, que tienen los chavales con las matemáticas es la resolución de problemas, y más aún la resolución de problemas que necesitan de un cierto nivel de comprensión lectora. Los chavales, prácticamente todos, son buenos en cálculo, pero cuando para resolver un problema hay que pensar lo que hacer empiezan las dificultades y es que si un alumno no entiende lo que lee difícilmente podrá resolver lo que le están preguntando. Si en un problema les hablan de un barco que sale a las cuatro de la tarde del puerto con un cargamento de 100 vacas que pesan 450 kg cada una, y les digo que el barco tarda 8 horas en realizar su trayecto y que en una parada intermedia se carga comida para que las vacas puedan comer durante una semana, no es extraño que al preguntarles por el peso total de las vacas alguno me responda mezclando las cuatro de la tarde, las horas de trayecto y los siete días que tiene una semana. No es broma, sucede realmente. Están acostumbrados a usar todos los números que hay en el problema, aunque no tengan relación con la pregunta que hay que resolver.
Todo esto viene a que me parece una equivocación fijar desde el colegio -estoy hablando de primaria pero muchas de las ideas son extensibles a secundaria-, cuáles deben ser los libros que hay que leerse durante el curso porque sí. Porque sí o porque al profesor de turno le gusta ese libro, o porque la editorial hace regalos al colegio o por la causa que sea, que ese es otro tema.
"Hay cierto prejuicio de los adolescentes hacia la lectura porque se asocia a algo muy académico, de buen estudiante". "La lectura es una actividad compleja, que requiere esfuerzo y que necesitas ejercitar mucho para que te guste". "La ficción se ha diversificado y los jóvenes tienen otros géneros como el cine o los videojuegos para conseguirla". "No tienen tiempo y sí otros intereses". "En la escuela hay mucha lectura obligatoria". "Padres y profesores tampoco leen". Estas son sólo algunas de las muchas razones que aducen profesores, bibliotecarios, escritores, editores y especialistas en literatura juvenil para justificar la pérdida de afición a la lectura en el paso de la niñez a la adolescencia.
Así comienza un artículo publicado la semana pasada en La vanguardia que intenta analizar por qué dejamos de leer. En el mismo artículo el escritor Jordi Sierra i Fabra rechaza el argumento de que los jóvenes no lean porque tienen otras gustos, marco en negrita algo que me ha llamado la atención dentro de lo que dice:
"No comparto que la culpa sea de los videojuegos o de internet; llevo 42 años publicando libros y antes se culpaba a la televisión y a los vídeos; la clave es que los chicos asocian los libros con la escuela, y allí cuando les recomiendan una novela no es para que lo pasen bien, sino para que luego hagan un trabajo o se examinen, y eso se acaba convirtiendo en un suplicio; además, como se enfrentan a esas lecturas solos, muchos no entienden lo que leen, piensan que es culpa suya, que son burros, y para no sentirse mal dejan de leer".
Creo que aquí está el quid de la cuestión. Leer un libro no es algo que desde el colegio se fomente como una actividad lúdica, todo lo contrario, es trabajo, es examen y si alguno ha disfrutado con la lectura ya vendrá luego la hora del examen. Exámenes donde por cierto, y el ejemplo es real, algunas veces les preguntan cosas tan ridículas como esta: "en el capítulo 2 ¿a qué hora quedaron los protagonistas con los policías?" Esto, con perdón, solo son ganas de fastidiar y de matar el gusto por la lectura en los chavales.
Alguien me podrá decir que si no se fuerza a un niño a leer ese determinado libro, es muy posible que el chaval no leyera nada más durante el curso. Lo acepto, pero no veo demasiada diferencia entre leer tres libros que no le gustan, que no le interesan y que no le llaman la atención y de los que además le van a examinar y no hacer absolutamente nada.
Es necesario buscar alternativas y soltar amarras, no se puede seguir anquilosados en el pasado. En el artículo de La vanguardia, hablando sobre la posición que mantienen los docentes muestran diferentes posturas:
La mayoría cree necesarias las lecturas obligatorias porque de otra manera muchos chicos no tendrían ningún contacto con la literatura o no tendrían suficientes referentes para definir sus gustos. "Al adolescente basta con obligarle a algo para que se ponga en contra; así que la lectura, que es algo que cuesta, si es obligatoria no les convida mucho a leer; pero de manera natural la mayoría tampoco leería y a veces es gracias a que les obligas que algunos se enganchan a los libros", opina Núria Cot, profesora de lengua y literatura en el instituto Esteve Albert.
Lo que levanta más polémica es la forma en que se plantean esas lecturas. "A menudo el planteamiento es: 'Te doy un libro, te digo que has de leerlo, y te pregunto sobre él en el examen', y eso les hace aborrecerlo; en cambio, estas lecturas pueden ser una herramienta poderosa para involucrarlos en la literatura y que descubran cosas que no conocen", indica Vidal. Cuenta que ella organizó una 'webquest' (actividad de investigación a través de internet) sobre 'El Lazarillo de Tormes' en la que los alumnos tenían que escribir un pequeño episodio imitando el texto original. "No les planteé que debían leer obligatoriamente el libro, pero para hacer el episodio era imprescindible entender la novela e imitarla con humor; les encantó, se rieron, comprendieron la obra y se la apropiaron para hacer un trabajo creativo", resume.
Cot reconoce que examinar de las lecturas de la ESO y ofrecer un único libro para todos puede ser contraproducente para cautivar a los alumnos, pero ve difícil hacerlo de otro modo y controlar qué han leído. Sin embargo, cada vez son más los profesores que se suman a la corriente de lectura sin exámenes, lo que permite ofrecer una lista abierta de libros para diferentes gustos. Lourdes Domenech dice que en lugar de un examen propone actividades creativas, tertulias, foros de lectura on line y puntúa la actitud.
Me resulta complicado hablar sobre este tema, porque fui ávida lectora (herencia de mi madre, a la que casi siempre veía pegada a un libro), y las lecturas obligatorias en el colegio las ventilaba en poco más de una semana para luego dedicarme a lo que me apetecía. Pero sí he podido experimentarlo en cursos de idiomas, donde se aplica el mismo principio: en lugar de leer por placer (y aprovechar para absorver el idioma), perdía el tiempo buscando respuesta a respuestas que nada ayudaban a la comprensión del texto. Así que haría extensible el problema que planteas a la enseñanza de otras materias, como los idiomas, cuando tan efectivo resultaban en los primeros cursos los juegos y canciones, mucho más lúdicos.
ResponderEliminarMe pasa como a ti, leía sin problemas lo que nos mandaban, aunque recuerdo que en su momento me "traumatice" con los autores latinoamericanos tras alguna mala experiencia, y no he terminado de superarlo, no creas.
ResponderEliminarSoy maestra de matemáticas en una preparatoria, de habilidades preuniversitarias. Vemos mucho todo sobre la resolución de problemas y, como comentas, el principal problema es la comprensión lectora de los muchachos. Tratan de leer el problema y ni siquiera entienden lo que les están pidiendo. Me gustaría ayudarles a mejorar esta habilidad, ¿tendrás algún tipo de lectura o estrategia que me recomiendes para ello?
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