A los maestros
Una de las lecturas con las que más he disfrutado este año ha sido el libro 'Hombres buenos', de Arturo Pérez-Reverte, un sentido homenaje a la razón por encima de todo. Un homenaje a los ilustrados, unos personajes que dos siglos después se echan a faltar en nuestro devenir diario y que cada día que pasa se encuentran más asfixiados por lo políticamente correcto. Su voz cada vez está más distorsionada y apenas se les escucha.
El mejor ejemplo de hombres (y mujeres) buenos que podemos encontrarnos hoy es el de los maestros. Un maestro ilumina a sus alumnos, les abre camino, estimula su curiosidad y el amor por el aprendizaje. Un maestro aprende cuando enseña y por eso cada día es más sabio.
He dicho maestro y no profesor porque no me parece que sean lo mismo, un maestro está enfocado en sus alumnos, un profesor está enfocado en sí mismo. Para el maestro lo importante es el alumno mientras que para el profesor lo es su figura y su necesidad de reconocimiento.
La situación de la educación en España no está para tirar cohetes, pero quizás resulte que en los colegios hay muy buenos maestros y en la política sobran profesores que les gustar meter la mano en los temas educativos.
El lunes pasado se celebraba el Día Mundial del Docente. Sirvan pues estas líneas para agradecerles a todos esos maestros la labor que realizan y para pedir a los profesores de la política que hagan un ejercicio de autocrítica, que busquen a los maestros que tengan cerca y que les pidan con humildad que les ayuden a ser como ellos.
viernes, 9 de octubre de 2015
A los maestros
Los amigos del Semanario Más me pidieron un artículo para su sección Desde la tribuna que ha aparecido publicado en el número 443 de este periódico local que sale hoy, aquí os lo dejo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Gracias por aclarar la distinción. Ciertamente, profesores y maestros no somos lo mismo, pero hay al menos dos maneras de distinguir-nos.
ResponderEliminarLa distinción administrativa dice que somos profesores los de secundaria y maestros los de primaria. Según eso yo siempre he sido profesora, nunca maestra. No tengo vocación para ello, me llaman los adolescentes y sus cosas, sus problemas y las soluciones que saben encontrar para ellos. Los niños pequeños, curiosamente, me vienen grandes (todos excepto el mío ^_^).
La distinción clásica es la que tú usas: según ella soy maestra, no tengo vocación para otra cosa. Cuando a los 10 años (casi 11) mi maestra nos preguntó qué queríamos ser de mayores, la parabra "profesora" salió de mis labios sin haberla meditado jamás, pero lo tenía síbitamente claro: yo quería enseñar para ayudar a los demás a aprender. Y ya luego de mayor siempre me he sentido muy incómoda siendo el centro de nada: yo no sirvo para mandar ni para ser admirada, sirvo para escuchar y tomar de la mano. Mi carrera (filología) sirve solo a mis intereses: enseñar, enseñar, enseñar a quienes todos consideran los más duros, aprender sus maneras de aprender, conocerles, apoyarles...
Soy maestra de niños mayores, de adolescentes, y si puede ser, entre ellos, de los que todo el mundo da por perdidos. En mi clase casi no hay conflictos porque los alumnos más conflictivos se relajan y, ellos también, se sienten niños, demuestran curiosidad por aprender.
No hay malos maestros, creo yo. Nadie dispuesto a escuchar al otro de veras puede ser malo.